La expectación levantada por cada nuevo film de Tarantino hace tiempo que no se compadece con la genialidad del mismo.
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Críticas y reseñas | Cine
TARANTINO: LA SEQUÍA CREATIVA DISFRAZADA DE GENIALIDAD
Crítica de Érase una vez en Hollywood (sin spoilers)
Por D. D. Puche
Voy a decir algo muy impopular; tanto, que hoy esta página perderá
lectores. Es más, se trata de algo que la mayoría de la gente ni siquiera
entenderá, de tan arraigados que están el marketing y el consumismo
de ocio (por no hablar del “fan-atismo” que, como todo fanatismo, no es capaz
de tener una sola idea propia) a los que hoy llamamos “cultura”. Y eso que voy
a decir es que Tarantino, desde hace ya muchos años, no rueda más que películas
mediocres. Eso sí, se venden muy bien. Es el McDonald’s del mundo del
cine.
Ayer, día del estreno en España, fui a ver su última película, Érase una
vez en Hollywood. Diré, ya de entrada, que fui al cine arrastrado; no me
apetecía lo más mínimo. No he ido al cine a ver una película de Tarantino desde
Kill Bill. Pero, en fin, en las salas hay aire acondicionado, así que…
Pues bien, les cuento: tengo un amigo que me avisa cuando una película es
mala. Tengo plena y absoluta confianza en él, y cuando me dice que una película
es un bodrio, pese a que toda la sesudísima crítica del mundo me esté diciendo
que la película en cuestión es magistral, sé con toda seguridad que puedo
mandar a todos esos críticos al infierno. Ese amigo infalible es mi culo. Y a
la media hora de metraje ya me dolía; lo movía cada pocos minutos en la butaca,
buscando apaciguarlo. Al cabo de una hora, estaba completamente desesperado,
deseando que el film acabara. Mi amigo chillaba. Y todavía me quedaba otra hora
y media de tedio.
El estreno de cada película de Tarantino se vive como un evento mundial. Se le anuncia como el más brillante representante vivo del cine norteamericano. Me temo que responde más a las campañas publicitarias que otra cosa; a mí sus películas me parecen progresivamente peores a partir de Pulp Fiction, que ciertamente es una obra maestra incuestionable. Malditos bastardos, Django desencadenado, Los odiosos ocho, esta última... Son películas con algunas escenas ingeniosas, hasta buenas; pero como películas, son una mierda. Por lo que respecta a Érase una vez en Hollywood, es otro fiasco que será recibido como “magistral” por un público al que hace tiempo que le mataron el gusto.
Tarantino ha logrado lo que muchos otros creadores desearían: ser él mismo un
personaje, una marca. El producto que vende no son sus películas: el
producto es él. Y cuando eso pasa, lo que eres no es un artista; es un publicista.
Lo cual estaría muy bien, por qué no, si todo el mundo no llamara “arte” o
“genialidad” a eso. Tarantino ha sido
divinizado, está ya por encima del bien y del mal: de una película suya se dice
que buena porque es suya, incluso sin verla. ¿Qué más da, si es de
Tarantino? Su visionado sólo confirmará ese hecho evidente. Parece que la gente
se convenza de que lo que acaba de ver es magnífico sólo por ese motivo. Como
con tantos fenómenos artísticos contemporáneos que son más superficie que
contenido, parece que si no estás de acuerdo con el consenso universal vas a
quedar como un gilipollas. Así que te convences de que es así, y participas del
consenso.
En efecto, Tarantino es el producto, no
sus películas. Pero hace ya tiempo que cayó en la simple parodia de sí mismo. Resulta absolutamente repetitivo y
tópico. No entiendo cómo el público sigue quedándose fascinado por esos larguísimos
planos y diálogos que no conducen a nada, ese formalismo vacío que encubre que
sus películas carecen de trama. Se objetará que en esa retórica visual o
dialógica radica su genialidad; y entiendo que los culturetas convencidos de entender
lo que nadie más entiende lo crean así, porque esa creencia alimenta sus egos. Pero
es que no hay nada que comprender, aparte de sus guiños al cine y la
televisión de su infancia y adolescencia ‒que sí, que los pillo‒. Eso es todo; no hay que buscarle sentidos ocultos a lo
que no lo tiene. No es tan críptico. Una escena no es buena por ser larguísima
y lenta; podría serlo (ahí está Visconti), pero no tiene por qué, y probablemente
no lo sea. A Tarantino, y van ya cuatro o cinco películas seguidas, le
falta chispa, se ha quedado sin gracia. No me cabe duda
de que cada segundo de metraje, cada fotograma, es exactamente lo que Tarantino
tenía en mente. El problema es eso que tenía en mente, que él seguramente piense
que es la hostia… y no. Eso, y que nadie le diga nunca: “Quentin, ¿estás seguro
de esto?”.
No cabe duda ‒y algunos lo disculparán por ello, como si fuera un valor‒ de que es un nostálgico, que quiere hace guiños a sus años mozos, pasados delante de la televisión, y después en el famoso videoclub; lo malo es que el argumento de la película de turno (en este caso, Érase una vez en Hollywood) sólo es la excusa para hacerlo. Lo que sale de ahí es una concatenación de escenas prácticamente sin trabazón alguna. Una cinta totalmente desestructurada, casi una sucesión de sketches. No cuenta nada; sin embargo, hay que reconocerle a Tarantino el talento ‒quien tuvo, retuvo‒ de tener distraída a la mayor parte del público durante sus excesivos metrajes. Un público que saldrá de la sala diciendo que ha visto una peli cojonuda. Un público al que a continuación le preguntas de qué trataba ésta y te dirá: “bueno, pues un actor, y su doble, y Sharon Tate, y… eh…”. Seguidamente, ensalzará la gran interpretación de los actores ‒ciertamente magníficos‒, como si eso hiciera buena a la película por sí solo. Y eso es lo que hace de Tarantino un gran trilero: que sabe rodearse de inmensos profesionales para que escondan sus carencias. DiCaprio y Pitt ‒Robbie bastante menos, porque apenas le da papel‒ le sirven para salvar, esta vez, las apariencias. Sus carismas deslumbrantes disimulan que lo que están rodando es una gran nada.
No cabe duda ‒y algunos lo disculparán por ello, como si fuera un valor‒ de que es un nostálgico, que quiere hace guiños a sus años mozos, pasados delante de la televisión, y después en el famoso videoclub; lo malo es que el argumento de la película de turno (en este caso, Érase una vez en Hollywood) sólo es la excusa para hacerlo. Lo que sale de ahí es una concatenación de escenas prácticamente sin trabazón alguna. Una cinta totalmente desestructurada, casi una sucesión de sketches. No cuenta nada; sin embargo, hay que reconocerle a Tarantino el talento ‒quien tuvo, retuvo‒ de tener distraída a la mayor parte del público durante sus excesivos metrajes. Un público que saldrá de la sala diciendo que ha visto una peli cojonuda. Un público al que a continuación le preguntas de qué trataba ésta y te dirá: “bueno, pues un actor, y su doble, y Sharon Tate, y… eh…”. Seguidamente, ensalzará la gran interpretación de los actores ‒ciertamente magníficos‒, como si eso hiciera buena a la película por sí solo. Y eso es lo que hace de Tarantino un gran trilero: que sabe rodearse de inmensos profesionales para que escondan sus carencias. DiCaprio y Pitt ‒Robbie bastante menos, porque apenas le da papel‒ le sirven para salvar, esta vez, las apariencias. Sus carismas deslumbrantes disimulan que lo que están rodando es una gran nada.
La escena de la odiosa niña actriz, la de Bruce Lee (ésta con más gracia;
de hecho, casi toda la de la película), la del viejo en la cama, la del rodaje
del western, etc., etc... No aportan nada a la película. Si se cortaran
en montaje, ésta duraría una hora menos y te habría contado exactamente lo
mismo. Incluso la larga secuencia de Brad Pitt en el rancho con la secta de Charles
Manson ‒se presupone‒ no tiene nada
que ver con, ni es causa de, el desenlace. Si se suprimiera (que es lo que
decían Hitchcock o Wilder que había que hacer con todo elemento que no altere
el conjunto de la trama), no cambiaría nada. Manson sale por ahí preguntando
por alguien, un minuto, y no vuelve a salir más... Margot Robbie, haciendo de Sharon
Tate, no aporta nada a la película. Tarantino sólo la pone por ahí bailando, y riéndose,
y viendo su propia peli en el cine (en uno de esos guiños metalingüísticos a
los que ahora vamos), y la cámara lo único que hace con ella, por cierto, es
enfocarle las piernas y el culo; yo encantado, pero vaya... ¿Para eso la
contratas?
En cuanto a los años sesenta-setenta,
siempre fueron el trasfondo estético de Tarantino, su “fondo de armario” tanto
visual como musical. El pozo de su nostalgia. Pero si hasta ahora recurría a
ellos como referentes, ahora son el tema central. En realidad, la película
trata sobre Tarantino rodando una película sobre esos años. Tarantino explicitado.
Podría funcionar, pero… luego vuelve a hacer lo de siempre. A la hora
de la verdad, lo que hace Tarantino es limitarse a evocar su filmografía
anterior; es Tarantino imitando (mal) su propio estilo.
En esta ocasión, como en sus últimas películas, sigue llevando su estetización de lo trivial y violento a cotas de vacuidad cada vez mayores. Ambas cosas se pueden hacer bien, y el Tarantino de los noventa lo hizo con maestría. Pero hace veinte años que no. No puedo evitar ver todas las películas posteriores a Pulp Fiction (exceptuando su parte de Four Rooms, que está entre lo mejor que ha hecho) con cierto aburrimiento; Kill Bill está absolutamente sobrevalorada, y las cuatro últimas dan hasta vergüenza ajena. Su demora con ciertas escenas y con detalles nimios, marca de la casa, es cansina y rompe el ritmo narrativo; y los diálogos de quince minutos a los que les sobran diez, lejos de demostrar talento, evidencian su falta de ideas. Por no hablar de que, al parecer, toda película de Tarantino tiene que acabar con una matanza grotesca. Es como el final de un videojuego clásico, uno de esos de tipo arcade: ya sabes que te tienes que enfrentar al monstruo final. Qué infantil resulta a estas alturas.
En esta ocasión, como en sus últimas películas, sigue llevando su estetización de lo trivial y violento a cotas de vacuidad cada vez mayores. Ambas cosas se pueden hacer bien, y el Tarantino de los noventa lo hizo con maestría. Pero hace veinte años que no. No puedo evitar ver todas las películas posteriores a Pulp Fiction (exceptuando su parte de Four Rooms, que está entre lo mejor que ha hecho) con cierto aburrimiento; Kill Bill está absolutamente sobrevalorada, y las cuatro últimas dan hasta vergüenza ajena. Su demora con ciertas escenas y con detalles nimios, marca de la casa, es cansina y rompe el ritmo narrativo; y los diálogos de quince minutos a los que les sobran diez, lejos de demostrar talento, evidencian su falta de ideas. Por no hablar de que, al parecer, toda película de Tarantino tiene que acabar con una matanza grotesca. Es como el final de un videojuego clásico, uno de esos de tipo arcade: ya sabes que te tienes que enfrentar al monstruo final. Qué infantil resulta a estas alturas.
Que sí… Que no estamos en los tiempos de Hitchcock ni de Wilder… Que las
estructuras y las narrativas han cambiado… Que la posmodernidad ha alterado
irreversiblemente la forma de contar historias… Que la trama no importa, sino
los detalles concretos, porque todo argumento es ya una mentira y que bla, bla,
bla... Toda esa mierda. Qué daño ha hecho ese discurso francés. Vamos a ver: Tarantino
quiere hacer metacine, igual que el 90% de la mala y pretenciosa
literatura posmoderna ha sido (y es) metaliteratura. Cuando ya no tienes nada
que contar, hablas del acto mismo de contar algo. Y eso puede funcionar alguna
vez; pero no puede convertirse en “lo rutinario”. Y es lo que le pasa a este
último Tarantino, como a tantos otros creadores actuales.
Por lo demás, los aspectos técnicos de sus filmes son muy buenos,
pero claro: contratar a un buen director de fotografía, a los mejores actores,
o rodar algunos planos con gran angular no te hace per se un buen
director. Te hace buen director el saber narrar algo bien. Y en Érase una
vez en Hollywood no van a encontrar ustedes nada de eso. Aunque, no me cabe
duda, se lo parecerá. ¿Que se trata de una carta de amor al cine de la edad de
plata de Hollywood? Sí, si lo será... Pero por mucho que yo ame a la mujer a la
que escribo una carta de amor, eso no convierte mi carta en literatura. Ni
mucho menos en buena literatura. Quizá los homenajes al pasado ocultan la
incapacidad de hacer un cine actual que no sea mera impostura o artificio.
Addenda: respuesta a algunos comentarios
y reflexión sobre el machismo de Tarantino.
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LOS LECTORES DICEN...
JoseCa_: Me parece una crítica muy dura para un maestro como es Tarantino. No me parece que haga justicia a una trayectoria como la suya, llena de obras maestras.
Diego: Completamente de acuerdo con todo. De hecho veo sus películas por pura inercia. Genial tu apreciación, fast food para culturetas. Un saludo.
https://twitter.com/alfcongostrina/status/1179108864584798210?s=20
- La revista The Hellstown Post
- Noctuario, de Thomas Ligotti