Apuntes del inframundo
Anotaciones hechas de pasada, fragmentos de un texto infinito sin
comienzo ni final; memoria dispersa de aquello que rondó una vez
la cabeza sin tiempo de echar raíces, probablemente para perderse
sin remedio. Un cuaderno de notas que contiene apuntes rápidos,
esbozos de historias, notas al pie de libros inexistentes, etc. Un
work in progress que quizá pueda ser del interés de algún
lector.
[20] Quien se dedica hoy a escribir y cultiva los géneros de la fantasía o la ciencia ficción puede hacerlo de dos formas, y éstas marcarán necesariamente tanto el contenido como el estilo de su obra: tal vez considere que el propósito de tales ficciones es el puro entretenimiento, la evasión, la creación de mundos como ejercicio de la imaginación por la imaginación (esto es, del arte como juego sin un fin más allá de sí mismo); algo que, a lo sumo, puede aspirar a estimularnos de algún modo. Pero quizá considere que hay una cierta responsabilidad en lo que hace (lo cual no deja de tener algo de quijotesco, cuando no de soberbia); puede que estime que la creación de mundos tiene una finalidad ante todo crítica y propositiva, pues todo mundo ficticio (no ya trama, sino mundo) es un artificio valorativo que se pretende de modo más o menos explícito comparar con nuestra realidad, que se quiere usar como expositor de lo que en nuestro mundo sociohistórico funciona o no; y así, la función utópica (o distópica) de la narrativa consiste en crear un efecto de distanciamiento del mismo, una perspectiva desde la cual comprenderlo mejor para situarnos con propiedad ante él. Es poco o nada lo que esto permite hacer, pero no es desdeñable el empeño en crear una actitud ante el mundo así alimentada, cuando otro tipo de narrativas legitimatorias tradicionales (religiosas y políticas) están fracasando, y tenemos que llenar ese vacío de sentido de algún modo. En todo momento tenemos que saber quiénes somos y quiénes queremos ser, y el vacío de narrativas puede llevarnos a la desesperación y hasta a la enfermedad psíquica y social. Por eso necesitamos nuevas mitologías que alimenten una determinada manera de ser.
Quien cultiva estos géneros literarios en el primer sentido, por lo general cultiva un estilo sencillo, más o menos depurado y cuidado, pero siempre directo y efectivo, con el que llegar al público. Las funciones descriptiva y emotiva quedan por encima de todo y, con independencia de la ambición de la historia, del alcance de la trama, la forma queda sometida al contenido y no puede destacar por encima de éste. Por el contrario, quien responde más bien al segundo tipo de escritor suele preocuparse mucho de la prosa (cuando no incluso de lo poético y ensayístico), que puede ser más o menos clara y estilizada, pero siempre tenderá a una complejidad de la que aquéllos suelen carecer; el público al que éstos se dirigen es un público ideal, que quizá ni siquiera exista todavía (un público que la propia obra crea, pues nadie la esperaba con antelación), y el componente intelectual será siempre lo principal, por más que se enmascare tras lo narrativo. En otras palabras, el contenido se someterá a la forma, en lo cual, por cierto, radica precisamente lo que entendemos por "literatura". [24/11/2023]
Quien cultiva estos géneros literarios en el primer sentido, por lo general cultiva un estilo sencillo, más o menos depurado y cuidado, pero siempre directo y efectivo, con el que llegar al público. Las funciones descriptiva y emotiva quedan por encima de todo y, con independencia de la ambición de la historia, del alcance de la trama, la forma queda sometida al contenido y no puede destacar por encima de éste. Por el contrario, quien responde más bien al segundo tipo de escritor suele preocuparse mucho de la prosa (cuando no incluso de lo poético y ensayístico), que puede ser más o menos clara y estilizada, pero siempre tenderá a una complejidad de la que aquéllos suelen carecer; el público al que éstos se dirigen es un público ideal, que quizá ni siquiera exista todavía (un público que la propia obra crea, pues nadie la esperaba con antelación), y el componente intelectual será siempre lo principal, por más que se enmascare tras lo narrativo. En otras palabras, el contenido se someterá a la forma, en lo cual, por cierto, radica precisamente lo que entendemos por "literatura". [24/11/2023]
[19] No deja de rondarme la cabeza, como escritor, el sentido del ideal del "caballero", esto es, el de una "épica de la existencia" que la redime ateniéndose a cierta noción de los valores y de la virtud. Pero ‒y ésta es la clave‒ semejante ideal está siempre vinculado a un pasado (como lo estaba en el Quijote), y por eso mismo hoy ya no sirve. Representa los valores de una comunidad que ya no es la propia, que, consiguientemente, han quedado obsoletos. Por eso, salvar tal ideal exige trasladarlo al presente, llevar a acabo una actualización simbólica del mismo. Y eso quiere decir que, manteniendo ciertas constantes esenciales, hay que implantarlo en un contexto nuevo, en otro sistema de referencia comunitario y moral. Sin embargo, eso implica modificar el propósito de dicho ideal, torsionar su función. Ha habido intentos de hacerlo. Un análogo del caballero andante muy implantado en la cultura de masas del siglo XX ha sido el detective privado, al menos en su vertiente más romántica e idealista (que es la de Chandler); otro ha sido el superhéroe, verdadero personaje legendario de la tardomodernidad desencantada (piénsese, p. ej., en Batman, el "caballero oscuro"). Si el caballero era ya de por sí un personaje contrafáctico, en la medida en que era la encarnación de unos valores comunitarios que, de hecho, no se dan ya en el mundo empírico, o lo hacen únicamente por separado, o de forma siempre inútil, el detective privado o el superhéroe, en cambio, se caracterizan por estar donde hay que estar y hacer lo que hay que hacer (lo que otros no pueden, o temen llevar a cabo). No obstante, ambas figuras son bastante irreales ‒también el detective privado "literario", que no tiene nada que ver con los de carne y hueso‒, y no tienen acomodo en
el verdadero mundo actual; ni siquiera un detective a lo Philip Marlowe
sería hoy más verosímil que el antiguo caballero andante al que al fin y
al cabo emula, tras gruesas capas de alcohol y cinismo. Y la cuestión es: ¿no hay ninguna figura más realista y acorde con el mundo actual que ocupe hoy su lugar, es decir, la encarnación de esos valores comunitarios que pone en práctica contra toda adversidad? ¿No ha surgido ninguna alternativa en más de un siglo de producción cultural masiva? ¿Qué dice esto acerca de nuestra pobreza de espíritu? No tener héroes coherentes con nuestro tiempo, como los ha tenido toda época ‒tan sólo disponemos de figuras evocadoras del pasado‒ es otro manifiesto rasgo del desarraigo en que vivimos, de la incapacidad de producir algo nuevo y esencial que arroje alguna luz sobre el sentido y el destino que queremos darnos. [30/06/2023]
[18] Considera la crítica "seria" que autores como Lovecraft o R. W. Chambers, como Tolkien o R. E. Howard, como Philip K. Dick o William Gibson, no pertenecen por derecho propio a la más importante literatura contemporánea; que no son autores "serios", como sí lo han sido Kafka o Borges, o como también fueron "serios" en sus respectivas épocas Homero o Dante, o Rabelais o Shakespeare o Swift, quienes hicieron sus incursiones en los territorios de lo mítico-fantástico y, así, le dieron forma a nuestro mundo. Particularmente, como alguien que se dedica a las letras y se mueve de modo "híbrido" entre todos los frentes ‒también, cómo no, el de la novela considerada "culta"‒, he de decir que, si tuviera que elegir ‒y me alegro de no tener que hacerlo, porque no soy un "filisteo de la cultura", que diría Nietzsche‒, preferiría ser Tolkien antes que Flaubert; querría escribir antes como Lovecraft que como Vargas Llosa. La gran literatura imaginativa es uno de los factores que la humanidad más necesita para abrir nuevas perspectivas de la existencia; ventanas a otros mundos que nos dicen mucho sobre éste, tan gastado y viejo. Y, al fin y al cabo, esa crítica "seria" luego concede sus favores y premios de forma totalmente arbitraria (los Nobel, por ejemplo, que ya sólo se dan por la adscripción o el activismo político de los autores, por no hablar de casos como el de Bob Dylan), así que no merece la pena hacerle mucho caso. [19/04/2023]
[17] Cuarto domingo de adviento, empieza la cuenta atrás para la Navidad; fechas envueltas en un imaginario colectivo de transformación y pureza, de renovación. Buenas emociones y fraternidad universal para terminar el año y comenzar nuevo ciclo. Hay quien lo ve hipócrita, una impostura anual que carece de sentido y puede llegar a ser asfixiante. Pero no, es algo necesario. Las fiestas son momentos de excepción, rupturas con el tiempo lineal que nos recuerdan lo que éste nos lleva a olvidar; y nunca debe infravalorarse la función que desempeñan aunque eso evocado, tales ideales y valores, no se cumplan en su totalidad, o lo hagan muy brevemente; sería pedirle demasiado al ser humano, y uno (sobre todo si presume de pragmático) tiene que saber hasta dónde es lícito exigir. Aceptemos algo bueno sin tantas muecas cínicas, porque el "todo o nada" no es una actitud más racional que conformarse con una pequeña parte de lo prometido. Además, tampoco sabemos cómo sería la vida sin estos momentos cíclicos que interrumpen la rutina y reavivan emociones que el resto del año están tan aletargadas. Seguramente sería mucho peor. [18/12/2022]
[16] Nadie como P. K. Dick ha encarnado mejor, en obra y vida, el espíritu de la literatura posmoderna, por más que se reconozca a otros (Pynchon, DeLillo, Foster Wallace, Eco, Vonnegut, etc.) como "literatos" y a éste únicamente (pese a una celebridad que le llegó póstuma), como "autor de género". Tras el experimentalismo simbolista y modernista del paso del siglo XIX al XX, y el nihilismo y el absurdo del existencialismo de pre- y posguerra, lo "posmoderno" se caracteriza por el cuestionamiento de la cordura, por la imposibilidad de separar realidad y ficción, por la virtualización de toda experiencia humana; el individuo posmoderno es un antihéroe de lo cotidiano y banal que ya ni siquiera se puede decir que esté alienado, como el héroe crepuscular moderno, porque no queda (?) un sistema de referencia psico-moral desde el que hacer ese diagnóstico. Se enfrenta así a la más cruda carencia de sentido, pero lo hace de forma humorística, no trágica; ahora bien, es un humor empapado de locura. Ésta es nuestra situación vital, que la literatura, y singularmente autores como Dick, han captado y reflejado mejor, seguramente, que la propia filosofía "posmodernista". [24/11/2022]
[15] A propósito de Chandler y de su personaje fundamental, Philip Marlowe: éste representa el ideal de un caballero contemporáneo; es un defensor de las causas justas y de las damas en apuros (cuando lo son) que no por cínico es menos ético. Un paladín solitario que se enfrenta a la falta de valores y la ruindad del mundo moderno en ausencia de un sistema de caballería estructurado y reconocido, como el medieval, que lo respalde (todo lo más, tiene su licencia de investigador); en ausencia de una noción clara del honor y la decencia que, sin embargo, él se esfuerza por preservar, con el estilo del eterno derrotado orgulloso de no haber traicionado por ello su sentido del deber. Algo que la sociedad contemporánea, máxime en los tiempos de la Gran Depresión, no sólo no brinda, sino que casi representa el escenario de su absoluta imposibilidad. Y, pese a ello, él es el hombre aislado que reivindica con sus actos (no siempre con sus palabras) eso de lo que hoy carecemos y que llega a hacerse incluso contradictorio con nuestro modo de vida; y lo hace como movido por una necesidad insalvable, por una compulsión moral, si puede hablarse así, que lo convierte en un perfecto héroe kantiano. Y todo ello lo hace, al contrario de los herederos posmodernos del detective privado como icono de la cultura de masas (a saber, los superhéroes), sin ocultar su rostro ni su identidad, exponiéndose públicamente al peligro que confronta. Por eso es un personaje, un arquetipo, de hecho, por el que es imposible no sentir simpatía y admiración; el tipo duro que todos los hombres querrían ser y al que todas las mujeres (asumiendo el rol de femmes fatales) querrían seducir. Un tipo que, de darse realmente hoy en día, que a nadie le quepa duda, sería considerado un reaccionario y consecuentemente cancelado. [06/10/2022]
[14] Decía el maestro Chandler que "la salvación del escritor es escribir", y ciertamente, para quien vive entregado a esto, un día sin escribir es un desperdicio, y una semana una tragedia. Sin embargo, como la dedicación profesional plena está al alcance de muy pocos, y ganarse la vida por otros medios no se compagina fácilmente con la escritura (planificación, redacción, revisión, publicación, promoción, etc.), esa tragedia tiende a repetirse; dicho de otro modo, el escritor tiene muy difícil la salvación. Como si de un culto a las Musas se tratara, este oficio es un acto de fe; la fe en uno mismo, para empezar, y sólo después en los lectores y el mundo editorial. Pero uno no puede dedicarse a escribir si no tiene la esperanza inquebrantable de que la siguiente línea, el siguiente párrafo, la siguiente página, lo redimirán de alguna manera de la cadena perpetua que es vivir. [09/09/2022]
[13] VENCER SOBRE LA VIDA
Voy a vencer sobre la vida.
Escúchame, sí, voy a vencer sobre la vida.
No se trata de salir indemne de ésta;
eso no es posible, y al final ella siempre te dará
la certera puñalada con que todo se acaba;
no, no se trata de eso. Se trata de irse del mundo
riendo y cantando, triunfante y jocoso.
En eso radica la victoria, en haber pasado
la prueba de la vida, en la soberana dignidad
que hay en no cejar jamás en el empeño,
en no desistir ante la derrota
ni ante el peso de los días.
Que una sonrisa los torne de golpe livianos
y se los devuelva transformados en versos
del poema que fue el vivir;
lágrimas que no caen, sino ascienden
e iluminan el firmamento
de atardeceres bañados en fuego.
Voy a vencer sobre la vida.
Escúchame, sí, voy a vencer sobre la vida.
No se trata de salir indemne de ésta;
eso no es posible, y al final ella siempre te dará
la certera puñalada con que todo se acaba;
no, no se trata de eso. Se trata de irse del mundo
riendo y cantando, triunfante y jocoso.
En eso radica la victoria, en haber pasado
la prueba de la vida, en la soberana dignidad
que hay en no cejar jamás en el empeño,
en no desistir ante la derrota
ni ante el peso de los días.
Que una sonrisa los torne de golpe livianos
y se los devuelva transformados en versos
del poema que fue el vivir;
lágrimas que no caen, sino ascienden
e iluminan el firmamento
de atardeceres bañados en fuego.
[21/08/2022]
[12] Los rigores estivales no son muy propicios para los
esfuerzos intelectuales, así que, cuando llegan estas fechas, dejo de lado mi
programa de lecturas ‒sistemático, estricto,
planificado con bastante antelación‒ y me permito hacer algo que no
suelo hacer durante el “curso”: abandonarme a la literatura evasiva y leer por
el solo placer de leer. No es que no disfrute leyendo el resto del año; no es
que sea para mí un ejercicio de mortificación; pero no leo para
disfrutar, sino con un propósito metódico y formativo que en ocasiones reporta
grandes goces y otras muchas veces, en cambio, no. Sin embargo, nunca dejo una
lectura programada, una vez empezada, por más insufrible que me resulte: ese
libro “caerá”, con necesidad fatalista. Hago con la literatura como con la filosofía,
mi otra dedicación: no leo lo que me apetece; leo lo que tengo que
leer. Leo para enriquecerme, leo de forma ordenada y proyectada, y leo ‒digámoslo así‒ de forma profesional, como
alguien que ha hecho de las letras su oficio y tiene que curtirse en mil
batallas, todas las cuales, por cierto, es imposible ganar. A menudo uno sale
derrotado, pero de ello también se aprende. Hay esfuerzo, sacrificio y
disciplina en mi rutina. Y puede que sea un destino autoimpuesto, pero
no por ello es menos destino; ¿o acaso no lo son todos, en cierto
sentido?
No obstante,
como todo aquello que se fuerza demasiado termina rompiéndose, el verano llega como
la interrupción festiva ‒hasta los rigurosos hebreos se
dieron a sí mismos el sabbat‒
que me permite liberarme
de ese orden, improvisar, relajar la disciplina, que es necesaria, pero puede
llegar a ser asfixiante. Así es como, tras unos nueve meses de lecturas casi
ininterrumpidas ‒y a veces harto fatigosas‒ de los clásicos de las letras españolas (desde el Cantar
de mío Cid hasta el romanticismo), me he permitido dos meses de evasión
literaria por otros mundos. Esos mundos, para mí, cuando llegan estas fechas,
son ante todo los de la ciencia ficción, la novela negra, la fantasía y el
terror. O sea, eso que se acostumbra a llamar “literatura de género”. Y así he
sustituido, en estos tórridos días en que la concentración y la lectura atenta
se hacen tan difíciles, a don Juan Manuel, Quevedo o Espronceda por Andrzej Sapkowski,
Agatha Christie, William Gibson, Lorenzo Silva y otros, entre los cuales está, por
supuesto, el escritor que nunca puede faltar en mis vacaciones de verano, el
autor de ficción al que más he leído y con el que siento una más estrecha
afinidad, casi devoción: Philip K. Dick.
Curiosamente,
excepto un libro de mi lista ‒La espada del destino de Sapkowski‒, este verano todos los demás van a ser relecturas; es
algo que de un tiempo a esta parte vengo haciendo cada vez más, tanto con la
literatura como con la filosofía; de hecho, así ha sido con una buena parte de
los clásicos españoles. Cuando se empieza a releer tanto, en vez de seguir
leyendo ávidamente siempre cosas nuevas, es señal de que se ha llegado a cierto
punto en la vida, a un “ecuador vital”. Pues bien, excepto ese segundo tomo de
relatos de Geralt de Rivia, los demás libros ya los leí hace tiempo, mucho
tiempo, décadas en la mayor parte de los casos. Algunos, estando en secundaria,
o al poco de terminarla y entrar en la facultad. Diez negritos de
Christie, o Neuromante de Gibson, o El espía que surgió del frío
de Le Carré, o La niebla y la doncella de Silva, o un buen surtido de
relatos de Lovecraft, R. E. Howard, Kafka y Borges, o Ubik de P. K. Dick,
son lecturas que en su momento ya disfruté considerablemente y que dejaron su
poso en mí, como lector y como escritor, y a las que ahora regreso como se regresa
al hogar tras un larguísimo viaje. Títulos que no figuran entre eso que se
llama la “alta literatura” ‒excepto los relatos de Borges y
Kafka, quizá‒, pero que son indudablemente
buenos e inspiradores; obras de un incuestionable oficio de escritor y
con un valor para amenizar las horas, para destensar la vida y para transmitir
experiencia que es precisamente lo que piden estos meses de termómetro infernal.
Refrescos para el alma, como el cuerpo tiene los suyos. Si a esto le
sumamos la evocación de la adolescencia y de la primera juventud, que en estos
meses veraniegos siempre parece que retorna con fuerza, resulta un cóctel
maravilloso. Para mí, la mejor de las terrazas para disfrutar de la canícula. [15/07/2022]
[11] Si Kafka escribiera un relato sobre la sociedad actual, atenazada por una paranoia y una polarización política
que se derivan, fundamentalmente, de la ausencia de todo proyecto común
y de la incertidumbre ante unas terroríficas expectativas de futuro, le podría haber
salido algo como esto:
Tenemos a doce jurados encerrados en una sala de
deliberación de la que no pueden salir hasta haber dictado sentencia; pero no
saben a quién se juzga, ni cuáles son los cargos, ni siquiera si ha habido un
juicio o quién es el juez. Y cada día, un alguacil pasa por la sala y les
pregunta si han resuelto ya; cuando intentan explicarle que no saben de qué va
el asunto, que los han llevado allí una noche, sin explicaciones, y que están
esperando a que se les informe, el alguacil les responde que mientras no tengan
la sentencia seguirán allí recluidos hasta ponerse de acuerdo; pero que no
tarden mucho, pues están comiendo del erario público y son una carga para el
contribuyente. Y como no pueden resolver, no los dejan salir, y cada día les dan
un poco menos de comida; y los años pasan, y van envejeciendo, enloqueciendo y
muriendo, y ellos siguen sin saber por qué están allí.
Esto, naturalmente, si Kafka escribiera un relato al
respecto; porque el bueno de Franz tenía sus rarezas, ya lo sabemos, y lo
embargaban este tipo de obsesiones burocrático-metafísicas. [16/06/2022]
[10] El relato que cierra La historia de tu vida, de Ted Chiang, es quizá el más flojo desde un punto de vista literario, pero plantea una cuestión muy interesante.
En un futuro próximo se ha desarrollado una tecnología que permite inhibir a voluntad partes del cerebro, sin que ello afecte a su funcionamiento en ninguna otra área. De una de esas partes dependen nuestras respuestas emocionales ante la belleza de los demás; la forma en que ésta nos estimula o inhibe. "Apagando" esa zona cerebral, podríamos seguir sabiendo que una persona es atractiva, porque cumple una serie de condiciones formales perfectamente reconocibles. Pero no sentiríamos nada al contemplarla; nos afectaría tanto como mirar una mesa.
Pues bien, el relato está ambientado en un futuro próximo en el que la siguiente oleada social y mediática contra la discriminación está centrada en el "aspectismo", esto es, el hecho de que hay individuos con mayor éxito sexual (y por tanto social y laboral) que otros, lo cual, se entiende, es discriminatorio hacia estos últimos. Y en EEUU se organiza una tremenda polémica, que se vuelve cuestión nacional (y justo ahí empieza el relato), cuando una universidad privada decide someter a votación la obligatoriedad de implementar esa tecnología entre todo su alumnado. El relato, en realidad, está planteado como un "documental" en el que se alternan las intervenciones de estudiantes, profesores, expertos, miembros de lobbies, representantes de diversas industrias, etc. Son muy instructivas las argumentaciones que se dan en favor y en contra de la aplicación de esa tecnología.
Una idea interesante, ciertamente. Porque, ya que ese melón parece abierto actualmente (la buena ciencia ficción siempre es una metáfora del presente), ¿cuáles son los límites de aquello que podemos llegar a considerar "discriminatorio"? Si se trata de reducir las diferencias de partida entre individuos para garantizarles igual de oportunidades, no cabe duda de que la belleza es un factor clave. Pero, como contrapartida, ¿a qué aspectos de nuestra vida estamos dispuestos a renunciar? Y sobre todo, ¿quiénes están dispuestos a hacerlo? Pues, si esa tecnología existiera hoy, parece bastante claro quién preferiría que se implantara y quién no. Y otra reflexión: cualquier cosa que hoy no sea discriminatoria, mañana sí puede serlo... y los moralistas, por hacer lo que hoy está bien visto, mañana te podrán linchar. Nunca se sabe. Lecciones recientes, las tenemos a puñados. Cuidémonos de tales moralistas. [26/05/2022]
[9] Un bar cutre, que huela a cocina casera, con mesas pequeñas, de las
que invitan a conversar, o por lo menos una barra cómoda y bien
surtida de tapas y raciones; donde no haya mucho ruido, pero tampoco
tanto silencio como para que se pueda escuchar la conversación de al
lado; con un camarero diligente, que no sea antipático, pero que no
vaya de gracioso; donde el café lo sirvan en vaso (manías de
madrileño) y se pueda pedir algo de comer a cualquier hora del día; si
ponen música, me vale cualquier cosa, excepto reguetón y trap, y si
hay un televisor, que no estén poniendo ni fútbol ni el canal 24 horas
de TVE. Ése es mi pequeño paraíso terrenal; no le pido mucho más a la
vida. De sitios así han salido mis más memorables conversaciones, mis
más íntimas relaciones y hasta mis mejores libros.
[06/04/2022]
[8] Cuando un genio señala la luna, los tontos miran el dedo. Vale.
Una frase que se repite mucho. Pertinente. Ingeniosa. Pero la cuestión
es si hay alguien señalando la luna. Eso es lo que frecuentemente
falla. Pues que haya alguien señalando algo no significa que sea la
luna. Y a veces conviene mirar el dedo, no vaya a ser que te esté
intentando distraer de algo, como un vulgar trilero. A lo mejor no
siempre hay que creer a los que extienden el dedo.
Ni mucho menos tomarlos por genios.
[19/03/2022]
[7] ESE EFÍMERO RESPLANDOR
A veces, en la más densa oscuridad de la noche
parece resplandecer la negra cuenca vacía
como alentada por una sonrisa
tendida al otro lado; como si algo cordial
tintineara en el tapete enredado de estrellas,
sólo por un momento, pero con intenciones eternas.
Entonces la soledad, agrio abismo que se abre
entre el yo y la propia alma,
duda de sí misma y se siente llena de todas las cosas;
resuena en ese segundo de plata con un universo
que ya no se ve tan lejano, que parecen acariciar
las yemas de los dedos, como si pudieran
apresar todavía los años inocentes,
cuando uno era protagonista de comedias risueñas,
y no figurante de un vano drama;
cuando la risa y la sorpresa reinaban en
los fugaces días. El vivir se aligera
con ese efímero resplandor, se infla
como un globo caliente que asciende ansioso
para enfrentarse al suave horizonte infinito;
y luego, oh, luego, el sueño de lo cotidiano
cubre de nuevo los párpados cansados y todo regresa
a la dura calma de esta mecánica cuenta atrás.
parece resplandecer la negra cuenca vacía
como alentada por una sonrisa
tendida al otro lado; como si algo cordial
tintineara en el tapete enredado de estrellas,
sólo por un momento, pero con intenciones eternas.
Entonces la soledad, agrio abismo que se abre
entre el yo y la propia alma,
duda de sí misma y se siente llena de todas las cosas;
resuena en ese segundo de plata con un universo
que ya no se ve tan lejano, que parecen acariciar
las yemas de los dedos, como si pudieran
apresar todavía los años inocentes,
cuando uno era protagonista de comedias risueñas,
y no figurante de un vano drama;
cuando la risa y la sorpresa reinaban en
los fugaces días. El vivir se aligera
con ese efímero resplandor, se infla
como un globo caliente que asciende ansioso
para enfrentarse al suave horizonte infinito;
y luego, oh, luego, el sueño de lo cotidiano
cubre de nuevo los párpados cansados y todo regresa
a la dura calma de esta mecánica cuenta atrás.
[11/02/2022]
[6] Clave hermenéutica de la crítica cultural y artística actual,
también conocida como Inquisición 2.0: déjame echar un vistazo a los
antecedentes penales de un autor (especialmente por si hay algo
sexual o alguna locura de juventud) y ponme al día de cualquier
chascarrillo, cierto o no, sobre su moralidad o su posición
política, y te diré si su obra es
artísticamente buena o mala. Pues la "calidad" ya no es más
que la traducción, en términos de mercado, de una serie de factores
morales: los de un puritanismo neovictoriano (¡si al menos fuera
algo más elevado!) que reza al Dios de la "corrección política" y
encuentra en los censores de la cultura de masas a sus nuevos
sacerdotes.
[14/01/2022]
[5] La literatura, para mí ‒¿cómo no iba a ser
así?‒, mantiene una estrecha proximidad con la filosofía;
lo que una muestra en forma de metáforas, la otra lo hace
mediante conceptos. A veces (p. ej., en Nietzsche, Thomas Mann,
Herman Hesse o Albert Camus) puede llegar a ser muy difícil saber
dónde empieza una y termina la otra. Ambas, sin duda, cuando son lo
que tienen que ser, y no vulgares sucedáneos, hacen pensar,
contribuyen decisivamente a expandir la consciencia y a forjar la
subjetividad. Gracias a ellas, en gran medida, podemos “devenir yo
mismo”, lo cual, irónicamente, sólo se puede conseguir
a través de otro, en el diálogo silencioso que sostenemos, a
través del tiempo, con el escritor o el pensador. Se trata, siempre,
de una fuente de experiencia compartida tanto o más necesaria
hoy que nunca, en estos tiempos de exaltación esquizoide del yo
atomizado, tanto más aislado cuanto más acceso tiene a la información.
Y no hay más: ni la auténtica literatura ni la filosofía poseen fines
ajenos a esto ni, por supuesto, han sido jamás mero solaz o
entretenimiento, como suele entenderse lo que hoy se publica y vende
como “narrativa”. Lecturas insulsas que no enriquecen; que sólo
sirven, de hecho, para no pensar en otra cosa. Pero en el
extremo opuesto sigue estando el pensamiento escrito y trasmitido
intergeneracionalmente, los libros que verdaderamente
te cambian. Hay un antes y un después de encontrarse con ellos.
En eso consisten los “clásicos” (ya tengan veinticinco siglos o
cincuenta años): esos textos que estaban ahí “esperándote”, que eran
tu destino, porque te transforman decisivamente, en
pensamiento, sentimiento y voluntad. Los textos que te
reescriben.
[19/12/2021]
[4] A propósito de la comparación que he hecho en algún otro lugar
entre la escritura y la alquimia, ciertamente la primera es el arte
de manejar símbolos ‒los “reactivos”, siempre dados por una tradición cultural‒ mediante los cuales el operante se introduce en el
océano del sentido y somete el propio yo a la acción del
espíritu (lo que podríamos entender como el “inconsciente
colectivo”, que es también una herencia común, algo fuera de
nuestra mente, no dentro de ella). El uso de personajes,
entretejidos en la red narrativa, le hace posible el acceso
consciente y más o menos controlado al propio psicodrama universal
en el que él mismo, por supuesto, participa. El verdadero talento
consiste en saber llegar lejos en ese reino simbólico; en utilizar
los instrumentos narrativo-conceptuales adecuados para
alcanzar las profundidades del espíritu. El verdadero
genio radica, por el contrario, en no perderse allí y encontrar el
camino de regreso; en volver con algo ganado y, no obstante,
conservando la propia individualidad. En suma, en realizar el
viaje de la particularidad a lo universal, y de ésta a una nueva y
renovada particularidad. El lector puede después acompañar al
escritor en este viaje, como un Dante siguiendo a su Virgilio, y
atisbar lo que aquél le muestra. Pero el viaje ya se ha hecho
antes, y en solitario. Siempre en soledad.
[9/11/2021]
[3] Lo que estás leyendo en un momento dado tiñe inevitablemente lo
que escribes; no sólo las lecturas acumuladas en el tiempo, sino
todo lo que leas ese mismo día, el libro con el que llevas unas
semanas, unas páginas ojeadas esa misma mañana, etc., dejan marcas
en tus palabras, abren surcos por los que fluye tu texto. Una prosa
densa, pausada y rica en descripciones espesará la propia, así como
otra más ágil, sanguínea e inquieta hará vibrar las frases que se
recortan en la mente como relámpagos arrancados a la nada. Pero esa
“nada” no es tal
‒es “algo”‒, pues
se trata de los confines umbrosos de la propia mente, esas zonas
inconscientes que son como el mantillo donde todo germina; y sobre
esas zonas, las diferentes lecturas proyectan tenues rayos de luz
que permiten entrever profundos rincones y pasadizos desconocidos;
comprenderse un poco mejor, ser un ápice más dueño de uno mismo. En
rigor, sólo hay un texto, del que cada pasaje, cada relato o
poema, cada novela o ensayo, son únicamente fragmentos. Y
todos esos fragmentos del metatexto están conectados entre sí, como
puentes que unifican los rincones de la mente humana, que en cierto
modo también es sólo una, fragmentada en individuos que, en lo que
tienen de tales, se desconocen a sí mismos. La literatura es un
atisbo del espíritu, de la sustancia que nos une, y por eso
no podemos ser ajenos a otras voces cuyos ecos hablan
dentro de nosotros mismos y nos recuerdan que somos más de lo que
creemos. [23/10/2021]
[2] DIVINAS SOMBRAS
¿Adónde huyeron los dioses, voces inmortales
que susurraban en la noche de la conciencia?
¿En qué ignoto rincón de la tierra, en qué ángulo
del firmamento se cobijan tan magníficos seres?
Si es verdad que sólo toleran la vida en torno a sí,
si no son los ecos de una humanidad balbuciente
en el lejano amanecer del mundo, no ha de ser
posible matarlos; el dios no muere, sino los pueblos
que creían en él, agotados por la carrera de los siglos.
Pero los númenes perduran, y devuelven quizá
una fatídica carcajada, tal vez un irisado llanto,
y aguardan… y aguardan, porque la eternidad
está hecha de paciencia, incluso la de los soberbios
niños que juegan y ríen con efímeros universos.
Mas, ¿acaso es cierta su inextinguible vida? ¿Tenía
razón el melancólico paseante? ¿No fue el títere
quien creó a su titiritero? Yo no puedo saberlo,
pero concibo que puedan persistir de algún modo
al amparo del tiempo, el impasible Destructor.
Éste sabe sólo devorar sus propios frutos. ¿Lo son?
Me es imposible saberlo, ¿y a quién no?, pero sí sé
que, de existir, no serían como somos tú y yo,
como son la piedra o la nube, el jilguero y su rama,
como son la adusta montaña y el viejo templo.
Su sustancia sería muy otra, pese a haber sido
encerrados por nuestros abuelos en esas estrechas
formas, en tan toscos cuerpos; ellos no disponían
de las palabras adecuadas: sus labios modelaban
sólo el asombro y el miedo, el amor y el odio.
No, no alcanzamos ni a imaginarlos; si han de existir,
no descartes que estén tras unos ojos que te miran
con alegría, o en el llanto de un niño, o en el descanso
inquieto de una noche estival; finos hilos de plata
que entretejen las almas, la carne y los sueños.
El vínculo del género humano con la vibrante vida
del cosmos rebosante; voces con nuestros acentos que,
no obstante, entonan una eterna canción primordial,
imposible de componer por ningún poeta; totalidad
quebrada que ansía restañar la cruda herida del ser.
Salmos que no llegan de fuera, sino de un adentro
tan profundo y terrible como el batiente océano,
oleaje restallando contra broncíneos acantilados que
apenas sabemos o queremos ya escuchar; olvidada
ha sido la muda lengua del mar del espíritu.
Hasta recordarla, seguiremos huérfanos, hueste
expósita lenta y torpe en decidir lo que quiere para
cuando alcance su plenitud. ¿Qué luz nos guiará
en la acerba, inacabable noche sin luna ni estrellas?
[18/09/2021]
[1] En mí hay un yo que trabaja y hace la compra, que se relaciona
con amigos y compañeros, conocidos y familiares; que ve la tele y
escucha música y sale por ahí, y a veces se emborracha o viaja o hace
algo que rompe la rutina cotidiana; que va al médico y paga impuestos
y ocasionalmente tiene que llevar el coche al taller o llamar al
seguro de hogar; un yo como cualquier otro, con las mismas
preocupaciones y anhelos que los demás, tan anodino e insignificante
como en el fondo lo es todo el mundo. Y hay un yo que escribe. Un yo que es soledad pura, que vive enrocado en sí mismo y que no
tiene nada que ver con el anterior. O, en realidad, sí, porque
vive en él, es él, y desde luego se nutre de él; podría
decirse que lo parasita, que se alimenta de sus experiencias y las usa
como material para elaborar lo que escribe. Pero no pertenece al mismo
mundo, está en otro lugar, y nunca coinciden a la vez:
o está el uno o el otro. Saben de sus mutuas existencias,
claro, pero no están nunca en el mismo tiempo y lugar, y ni siquiera
parecen llevarse muy bien. Al parecer, sus intereses y necesidades van
por muy distintos caminos, y hasta puede que sean incompatibles entre
sí.
El segundo contempla el mundo desde lejos, con cierta indiferencia,
como a través de un cristal que lo tiñe o deforma de cierta peculiar
forma; lo observa desde una idealidad desconectada de lo inmediato,
de las personas y cosas que forman la vida del primero; su mundo es
otro, uno eterno e inmaterial, el abismo al que pertenecen las obras
inmortales del espíritu, en el que Homero o Shakespeare, Velázquez o
Mozart, Platón o Einstein, son simultáneos y constantemente dialogan
entre sí, en una misma lengua, bajo la idéntica luz del Espíritu.
Necesita al primer yo, que es como su medium; pero lo
trasciende, no se identifica con él, y por eso éste nunca podría
explicar, de palabra (uno siempre habla, el otro siempre escribe),
lo que aquél hace, qué es lo que pretende o cómo trata de
realizarlo. Y, a la inversa, el Yo no entiende las pequeñeces y
miserias del yo, los estrechos límites de su existencia, su
mezquindad y la poca altura de sus miras. Sin embargo, no cabe duda,
el yo podría existir sin el Yo, pero nunca a la inversa. El Yo es
una carga terrible. Una meta-subjetividad que expolia la vida misma.
Pero tiene algo bueno, algo grande: un propósito que va más
allá de la particularidad de su anfitrión y que se eleva hacia algo
universal con lo que éste ni siquiera sabría soñar. [02/09/2021]
El Onirium
Tres relatos fantásticos
Tres relatos del género fantástico, pero de muy diferentes estilos. El primero, El Onirium, que da título al libro, es una pieza de terror teológico que desarrolla ideas ya esbozadas en anteriores relatos. El segundo, Los niños perdidos,
es un cuento de fantasía heroica en el que retomo las andanzas de
Galadhor de Castelia, personaje también aparecido previamente en mis
libros. Cierra la trilogía Recuerdos del Alquimista, que aúna la fantasía contemporánea con el noir y se ambienta en el mundo de los Caídos ya presentado en dos de mis novelas.
D. D. Puche
Grimald Libros
Relatos
(Fantasía, terror, fantasía heroica, noir)
207 páginas
O, si lo prefieres, en