Anotaciones
hechas de pasada, fragmentos de un texto infinito sin comienzo ni
final; memoria dispersa de aquello que rondó una vez la cabeza sin
tiempo de echar raíces, probablemente para perderse sin remedio. Un
cuaderno de notas que contiene apuntes rápidos, esbozos de historias,
notas al pie de libros inexistentes, etc. Un work in progress que quizá pueda ser del interés de algún lector.
[9] Un bar cutre, que huela a cocina casera, con mesas pequeñas, de las que invitan a conversar, o por lo menos una barra cómoda y bien surtida de tapas y raciones; donde no haya mucho ruido, pero tampoco tanto silencio como para que se pueda escuchar la conversación de al lado; con un camarero diligente, que no sea antipático, pero que no vaya de gracioso; donde el café lo sirvan en vaso (manías de madrileño) y se pueda pedir algo de comer a cualquier hora del día; si ponen música, me vale cualquier cosa, excepto reguetón y trap, y si hay un televisor, que no estén poniendo ni fútbol ni el canal 24 horas de TVE. Ése es mi pequeño paraíso terrenal; no le pido mucho más a la vida. De sitios así han salido mis más memorables conversaciones, mis más íntimas relaciones y hasta mis mejores libros. [06/04/2022]
[8] Cuando un genio señala la luna, los
tontos miran el dedo. Vale. Una frase que se repite mucho. Pertinente. Ingeniosa.
Pero la cuestión es si hay alguien señalando la luna. Eso es lo que frecuentemente
falla. Pues que haya alguien señalando algo no significa que sea la luna. Y a
veces conviene mirar el dedo, no vaya a ser que te esté intentando distraer de
algo, como un vulgar trilero. A lo mejor no siempre hay que creer a los que
extienden el dedo. Ni mucho menos
tomarlos por genios. [19/03/2022]
[7] ESE EFÍMERO RESPLANDOR
A veces, en la más densa oscuridad
de la noche
parece resplandecer la negra cuenca vacía
como alentada por una sonrisa
tendida al otro lado; como si algo cordial
tintineara en el tapete enredado de estrellas,
sólo por un momento, pero con intenciones eternas.
Entonces la soledad, agrio abismo que se abre
entre el yo y la propia alma,
duda de sí misma y se siente llena de todas las cosas;
resuena en ese segundo de plata con un universo
que ya no se ve tan lejano, que parecen acariciar
las yemas de los dedos, como si pudieran
apresar todavía los años inocentes,
cuando uno era protagonista de comedias risueñas,
y no figurante de un vano drama;
cuando la risa y la sorpresa reinaban en
los fugaces días. El vivir se aligera
con ese efímero resplandor, se infla
como un globo caliente que asciende ansioso
para enfrentarse al suave horizonte infinito;
y luego, oh, luego, el sueño de lo cotidiano
cubre de nuevo los párpados cansados y todo regresa
a la dura calma de esta mecánica cuenta atrás.
parece resplandecer la negra cuenca vacía
como alentada por una sonrisa
tendida al otro lado; como si algo cordial
tintineara en el tapete enredado de estrellas,
sólo por un momento, pero con intenciones eternas.
Entonces la soledad, agrio abismo que se abre
entre el yo y la propia alma,
duda de sí misma y se siente llena de todas las cosas;
resuena en ese segundo de plata con un universo
que ya no se ve tan lejano, que parecen acariciar
las yemas de los dedos, como si pudieran
apresar todavía los años inocentes,
cuando uno era protagonista de comedias risueñas,
y no figurante de un vano drama;
cuando la risa y la sorpresa reinaban en
los fugaces días. El vivir se aligera
con ese efímero resplandor, se infla
como un globo caliente que asciende ansioso
para enfrentarse al suave horizonte infinito;
y luego, oh, luego, el sueño de lo cotidiano
cubre de nuevo los párpados cansados y todo regresa
a la dura calma de esta mecánica cuenta atrás.
[11/02/2022]
[6] Clave hermenéutica de la crítica cultural y artística actual, también conocida como Inquisición 2.0: déjame echar un vistazo a los antecedentes penales de un autor (especialmente por si hay algo sexual o alguna locura de juventud) y ponme al día de cualquier chascarrillo, cierto o no, sobre su moralidad o su posición política, y te diré si su obra es artísticamente buena o mala. Pues la "calidad" ya no es más que la traducción, en términos de mercado, de una serie de factores morales: los de un puritanismo neovictoriano (¡si al menos fuera algo más elevado!) que reza al Dios de la "corrección política" y encuentra en los censores de la cultura de masas a sus nuevos sacerdotes. [14/01/2022]
[5] La literatura, para mí ‒¿cómo no iba a ser así?‒, mantiene una estrecha
proximidad con la filosofía; lo que una muestra en forma de metáforas,
la otra lo hace mediante conceptos. A veces (p. ej., en Nietzsche,
Thomas Mann, Herman Hesse o Albert Camus) puede llegar a ser muy difícil saber
dónde empieza una y termina la otra. Ambas, sin duda, cuando son lo que tienen
que ser, y no vulgares sucedáneos, hacen pensar, contribuyen decisivamente a
expandir la consciencia y a forjar la subjetividad. Gracias a ellas, en gran
medida, podemos “devenir yo mismo”, lo cual, irónicamente, sólo se puede
conseguir a través de otro, en el diálogo silencioso que sostenemos, a
través del tiempo, con el escritor o el pensador. Se trata, siempre, de una
fuente de experiencia compartida tanto o más necesaria hoy que nunca, en
estos tiempos de exaltación esquizoide del yo atomizado, tanto más aislado
cuanto más acceso tiene a la información. Y no hay más: ni la auténtica literatura
ni la filosofía poseen fines ajenos a esto ni, por supuesto, han sido jamás
mero solaz o entretenimiento, como suele entenderse lo que hoy se publica y
vende como “narrativa”. Lecturas insulsas que no enriquecen; que sólo sirven,
de hecho, para no pensar en otra cosa. Pero en el extremo opuesto sigue
estando el pensamiento escrito y trasmitido intergeneracionalmente, los libros
que verdaderamente te cambian. Hay un antes y un después de encontrarse
con ellos. En eso consisten los “clásicos” (ya tengan veinticinco siglos o
cincuenta años): esos textos que estaban ahí “esperándote”, que eran tu
destino, porque te transforman decisivamente, en pensamiento, sentimiento y
voluntad. Los textos que te reescriben. [19/12/2021]
[4] A propósito de la comparación que he
hecho en algún otro lugar entre la escritura y la alquimia, ciertamente la
primera es el arte de manejar símbolos ‒los “reactivos”, siempre dados
por una tradición cultural‒ mediante los cuales el operante
se introduce en el océano del sentido y somete el propio yo a la acción
del espíritu (lo que podríamos entender como el “inconsciente colectivo”,
que es también una herencia común, algo fuera de nuestra mente, no dentro de
ella). El uso de personajes, entretejidos en la red narrativa, le hace posible
el acceso consciente y más o menos controlado al propio psicodrama universal en
el que él mismo, por supuesto, participa. El verdadero talento consiste en saber
llegar lejos en ese reino simbólico; en utilizar los instrumentos narrativo-conceptuales
adecuados para alcanzar las profundidades del espíritu. El verdadero
genio radica, por el contrario, en no perderse allí y encontrar el camino de
regreso; en volver con algo ganado y, no obstante, conservando la propia
individualidad. En suma, en realizar el viaje de la particularidad a lo
universal, y de ésta a una nueva y renovada particularidad. El lector puede después
acompañar al escritor en este viaje, como un Dante siguiendo a su Virgilio, y atisbar
lo que aquél le muestra. Pero el viaje ya se ha hecho antes, y en solitario. Siempre
en soledad. [9/11/2021]
[3] Lo que estás leyendo en un momento
dado tiñe inevitablemente lo que escribes; no sólo las lecturas acumuladas en
el tiempo, sino todo lo que leas ese mismo día, el libro con el que llevas unas
semanas, unas páginas ojeadas esa misma mañana, etc., dejan marcas en tus
palabras, abren surcos por los que fluye tu texto. Una prosa densa, pausada y rica
en descripciones espesará la propia, así como otra más ágil, sanguínea e inquieta
hará vibrar las frases que se recortan en la mente como relámpagos arrancados a
la nada. Pero esa “nada” no es tal ‒es “algo”‒, pues se trata de los
confines umbrosos de la propia mente, esas zonas inconscientes que son como el
mantillo donde todo germina; y sobre esas zonas, las diferentes lecturas proyectan
tenues rayos de luz que permiten entrever profundos rincones y pasadizos
desconocidos; comprenderse un poco mejor, ser un ápice más dueño de uno mismo. En
rigor, sólo hay un texto, del que cada pasaje, cada relato o poema, cada
novela o ensayo, son únicamente fragmentos. Y todos esos fragmentos del
metatexto están conectados entre sí, como puentes que unifican los rincones de
la mente humana, que en cierto modo también es sólo una, fragmentada en
individuos que, en lo que tienen de tales, se desconocen a sí mismos. La
literatura es un atisbo del espíritu, de la sustancia que nos une, y por
eso no podemos ser ajenos a otras voces cuyos ecos hablan dentro de nosotros mismos y nos recuerdan que
somos más de lo que creemos. [23/10/2021]
[2] DIVINAS SOMBRAS
¿Adónde huyeron los dioses, voces
inmortales
que susurraban en la noche de la
conciencia?
¿En qué ignoto rincón de la
tierra, en qué ángulo
del firmamento se cobijan tan
magníficos seres?
Si es verdad que sólo toleran la
vida en torno a sí,
si no son los ecos de una
humanidad balbuciente
en el lejano amanecer del mundo, no
ha de ser
posible matarlos; el dios no
muere, sino los pueblos
que creían en él, agotados por la
carrera de los siglos.
Pero los númenes perduran, y
devuelven quizá
una fatídica carcajada, tal vez
un irisado llanto,
y aguardan… y aguardan, porque la
eternidad
está hecha de paciencia, incluso
la de los soberbios
niños que juegan y ríen con efímeros
universos.
Mas, ¿acaso es cierta su
inextinguible vida? ¿Tenía
razón el melancólico paseante?
¿No fue el títere
quien creó a su titiritero? Yo no
puedo saberlo,
pero concibo que puedan persistir
de algún modo
al amparo del tiempo, el
impasible Destructor.
Éste sabe sólo devorar sus
propios frutos. ¿Lo son?
Me es imposible saberlo, ¿y a
quién no?, pero sí sé
que, de existir, no serían como somos
tú y yo,
como son la piedra o la nube, el
jilguero y su rama,
como son la adusta montaña y el viejo
templo.
Su sustancia sería muy otra, pese
a haber sido
encerrados por nuestros abuelos
en esas estrechas
formas, en tan toscos cuerpos;
ellos no disponían
de las palabras adecuadas: sus labios
modelaban
sólo el asombro y el miedo, el
amor y el odio.
No, no alcanzamos ni a
imaginarlos; si han de existir,
no descartes que estén tras unos
ojos que te miran
con alegría, o en el llanto de un
niño, o en el descanso
inquieto de una noche estival; finos
hilos de plata
que entretejen las almas, la
carne y los sueños.
El vínculo del género humano con
la vibrante vida
del cosmos rebosante; voces con
nuestros acentos que,
no obstante, entonan una eterna canción
primordial,
imposible de componer por ningún poeta;
totalidad
quebrada que ansía restañar la cruda
herida del ser.
Salmos que no llegan de fuera,
sino de un adentro
tan profundo y terrible como el batiente
océano,
oleaje restallando contra broncíneos acantilados que
apenas sabemos o queremos ya escuchar; olvidada
ha sido la muda lengua del mar del espíritu.
Hasta recordarla, seguiremos
huérfanos, hueste
expósita lenta y torpe en decidir
lo que quiere para
cuando alcance su plenitud. ¿Qué luz
nos guiará
en la acerba, inacabable noche
sin luna ni estrellas?
[18/09/2021]
[1] En mí hay un yo que trabaja y hace la compra, que se relaciona con amigos y compañeros, conocidos y familiares; que ve la tele y escucha música y sale por ahí, y a veces se emborracha o viaja o hace algo que rompe la rutina cotidiana; que va al médico y paga impuestos y ocasionalmente tiene que llevar el coche al taller o llamar al seguro de hogar; un yo como cualquier otro, con las mismas preocupaciones y anhelos que los demás, tan anodino e insignificante como en el fondo lo es todo el mundo. Y hay un yo que escribe. Un yo que es soledad pura, que vive enrocado en sí mismo y que no tiene nada que ver con el anterior. O, en realidad, sí, porque vive en él, es él, y desde luego se nutre de él; podría decirse que lo parasita, que se alimenta de sus experiencias y las usa como material para elaborar lo que escribe. Pero no pertenece al mismo mundo, está en otro lugar, y nunca coinciden a la vez: o está el uno o el otro. Saben de sus mutuas existencias, claro, pero no están nunca en el mismo tiempo y lugar, y ni siquiera parecen llevarse muy bien. Al parecer, sus intereses y necesidades van por muy distintos caminos, y hasta puede que sean incompatibles entre sí.
El segundo contempla el mundo desde lejos, con cierta indiferencia, como a través de un cristal que lo tiñe o deforma de cierta peculiar forma; lo observa desde una idealidad desconectada de lo inmediato, de las personas y cosas que forman la vida del primero; su mundo es otro, uno eterno e inmaterial, el abismo al que pertenecen las obras inmortales del espíritu, en el que Homero o Shakespeare, Velázquez o Mozart, Platón o Einstein, son simultáneos y constantemente dialogan entre sí, en una misma lengua, bajo la idéntica luz del Espíritu. Necesita al primer yo, que es como su medium; pero lo trasciende, no se identifica con él, y por eso éste nunca podría explicar, de palabra (uno siempre habla, el otro siempre escribe), lo que aquél hace, qué es lo que pretende o cómo trata de realizarlo. Y, a la inversa, el Yo no entiende las pequeñeces y miserias del yo, los estrechos límites de su existencia, su mezquindad y la poca altura de sus miras. Sin embargo, no cabe duda, el yo podría existir sin el Yo, pero nunca a la inversa. El Yo es una carga terrible. Una meta-subjetividad que expolia la vida misma. Pero tiene algo bueno, algo grande: un propósito que va más allá de la particularidad de su anfitrión y que se eleva hacia algo universal con lo que éste ni siquiera sabría soñar. [02/09/2021]